BARBA JACOB, me quedo con tu boca
de equino triste, de animal sediento,
y con tu corazón que era un lamento
de la muerte, del mar sobre una roca.
Luciferinamente se desboca
tu ceniza esparcida por el viento,
y entre los surcos de la noche siento
crecer tu sed, tu dentadura loca.
No se acaba la fuerza de tu vida:
la inagotable sangre de tu herida
alimenta la rama de mi canto,
porque tú sabes, fabuloso amigo,
que al panadero lo antecede el trigo
y primero fue el párpado que el llanto.
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